La película posee una dimensión sociológica que expone los
principales problemas humanos de los mineros, sus mujeres e hijos.
El cineasta boliviano Kiro Russo describe con crudeza y
elegancia la durísima vida de los mineros en "Viejo Calavera",
brillante ópera prima que concursa en la Competencia Internacional del 19no.
Bafici y que narra la historia de transformación de un joven maleante que
pierde a su padre y se ve obligado a trabajar en la oscuridad claustrofóbica de
las profundidades de la segunda mina de estaño más grande de Bolivia.
"Fue muy difícil y complejo entrar a la mina y poder
filmar ahí, porque había demasiado desconfianza de los mineros y es muy
peligroso además", recordó Russo, quien se las ingenió para vivir con
ellos durante meses en la ciudad de Huanuni y en el interior de la mina del
cerro Posokoni, donde, dijo, "existen kilómetros y kilómetros de cuevas
que se extienden hasta 360 metros bajo tierra, una cosa monstruosa".
En una entrevista con Télam, el cineasta -que construyó en
frecuentes borracheras "una relación muy intensa e íntima con los
mineros"- sostuvo que buscaba "transmitir las sensaciones de la
oscuridad constante de todos los días y la claustrofobia que te da vivir ahí
dentro semanas enteras. Así es la vida en las minas. Por eso, para mí, las
sensaciones debían estar por encima incluso de la misma historia".
"Quería filmar en el lugar más oscuro posible y ver qué
pasaba. La mina era la consecuencia lógica. En la mina había cosas increíbles,
pero me di cuenta que el de los mineros eran el tema más filmado en Bolivia y
que todas las películas tenían las mismas característcas: Paternalismo y porno
miseria. Por eso me propuse darle una vuelta a esa representación",
afirmó.
Este cineasta boliviano formado en la Universidad del Cine
de Buenos Aires, y premiado en los Festivales de San Sebastián y Locarno, ya
había explorado el particular universo de los mineros de su país en el
cortometraje "Juku", pero acá va mucho más a fondo, poniendo el foco
en el drama del insoportable Elder Mamani, un joven grosero, borracho,
drogadicto, vago y ladrón, que atraviesa en la mina el camino hacia una
transformación.
Russo lo sigue en sus andanzas nocturnas en Huanuni, un
pueblo minero ubicado en las faldas del cerro Posokoni, en el departamento
boliviano de Oruro, donde una noche en la que se pasa de drogas y alcohol, y se
salva por un pelo de ser linchado, se encuentra con la noticia de la muerte de
su padre y, sin otra opción, debe viajar a las afueras de la ciudad, a
instalarse en la pequeña casa de su abuela.
Allí su tío le consigue trabajo en la mina de estaño, un
extenso laberinto de cuevas oscuras donde todos trabajan sin descanso, en
condiciones precarias y peligrosas, pero Elder es tan rebelde, y le importan
tan poco el trabajo y la sociabilidad, que choca permanentemente con sus
compañeros, generando conflictos y altibajos en su periplo personal de
transformación y crecimiento.
"En las minas corre mucho alcohol, como en cualquier
parte del país. El alcohol es una cuestión cultural omnipresente en la vida de
los bolivianos. Por eso la película toca fibras sensibles pero, al mismo
tiempo, elude los elementos folclóricos, porque el folclore adormece el entorno
y no deja ver la realidad. Hay una sobresaturación de esos elementos en el cine
boliviano y no quería engrosarla con mi película", señaló Russo.
En ese sentido, la película posee una dimensión sociológica
que expone los principales problemas humanos de los mineros, sus mujeres e
hijos: "Muchos de ellos mueren por silicosis, una enfermedad muy común por
la que los pulmones se llenan de partículas de mineral, se van convirtiendo en
piedra y no te dejan respirar. Mueren muy jóvenes, con un promedio de vida de
40 años", advirtió el cineasta.
"Como principal meta en su vida, los mineros quieren
que sus hijos no sean mineros. Los mandan a las ciudades grandes a trabajar y a
estudiar. Pero en muchos casos esos mismos jóvenes niegan o se avergüenzan de
sus padres. O terminan siendo pandilleros sin futuro. El problema es que dentro
de la mina te vas a morir, pero fuera estás cagado porque no hay qué
hacer", agregó.
El cineasta opinó que "hay una contradicción muy
extraña, porque la figura de Evo Morales trajo de manera paradójica la cultura
occidental a Bolivia. Antes vivían en otro tiempo, con raíces culturales muy
profundas. Pero la llegada de Evo les permitió ver más del mundo occidental y
ahora muchos buscan satisfacer ciertas ideas occidentales que supuestamente los
hacen más importantes en la sociedad, como ostentar y aparentar".
Russo reveló que uno de sus objetivos era "transmitir
el estado de borrachera y confusión continua del protagonista. Ahí se observa
un conflicto generacional, porque muchos de estos tipos son maleantes
totalmente despreciados por drogadictos y perdidos. Me relacioné con ellos y
descubrí a Julio César Ticona, el protagonista, que tiene mucho talento frente
a las cámaras".
"Julio fue el más profesional de todos, a pesar de los
prejuicios de todos mis compañeros y de los mineros, que pensaban que no lo iba
a poder controlar. Eso me demuestra que hay una sensibilidad artística en el
mundo obrero, y eso es algo que no vemos porque tendemos a estereotipar mucho a
las personas", añadió.
"Viejo Calavera" ofrece así un retrato admirable
sobre la vida áspera y sacrificada de los trabajadores mineros bolivianos en
las montañas, propio de un director que, pese a su juventud, se muestra sobrio
y maduro en la elección de determinados espacios y personajes reales, y
encuentra gran verosimilitud en el acercamiento casi documental a las
situaciones que propone.
El largometraje de Russo es visualmente deslumbrante, posee
recursos técnicos novedosos (el uso de una cámara de video hipersensible, por
ejemplo, para poder grabar de día y de noche, en interiores o exteriores, sólo
con luz natural) y despliega una puesta en escena hipnótica, mientras la cámara
se interna junto al protagonista en las cuevas o en las noches profundas y
estrelladas de las alturas donde vive.
"Siempre tuve obsesión por la oscuridad desde niño. Y
quería poder filmar eso que antes era imposible", admitió Russo y explicó
que "ahora con una cámara casi de juguete (la SonyA7) filmamos sin luces
artificiales, únicamente con la luz de la Luna. Lo que más me interesa de la
oscuridad es que abre un nuevo fuera de campo, porque propone una sorpresa que
puede salir de ahí donde parece no haber nada, pero está".
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